miércoles, 2 de diciembre de 2015

De cronopios y ladrones de bicicletas

Después de enterarnos de una cantidad considerable de robos a ciclistas en la ciudad –tanto en las calles a mano armada, como en los trabajos y hasta dentro de los edificios o estacionamientos designados–, que llegó al extremo ayer con el hurto de la bicicleta valuada en 40 mil pesos del embajador alemán en México, Viktor Elbling, en pleno día, en plena explanada de Bellas Artes y en pleno Centro Histórico, sólo podemos decir, extrapolando una cita de Julio Cortázar: Cuidado, ladrones de velocípedos, no ocurra que “las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra” ustedes.

A continuación, el texto completo del escritor argentino dedicado, podría decirse, al ciclismo metafísico:

Vietato introdurre biciclette¹
Julio Cortázar

Ciclismo metafísico. Julio Cortázar posa en bicicleta en La Habana, Cuba, en 1980. Fotografía de Carol Dunlop 
En los bancos y casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.

Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de esta tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: “y perros”, lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. 

Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder, pero no es humillante, primero porque sólo constituye una posibilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorables que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes. 

De todas maneras, ¡cuidado, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con duelos despedidos con tarjeta.

¹Tomado de Cortázar, J. (2000). Historias de cronopios y de famas, Madrid, Alfaguara, p. 32.

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