Después de enterarnos de una cantidad considerable de robos a
ciclistas en la ciudad –tanto en las calles a mano armada, como en
los trabajos y hasta dentro de los edificios o estacionamientos
designados–, que llegó al extremo ayer con el hurto de la bicicleta valuada en 40 mil pesos del embajador alemán en México, Viktor Elbling, en pleno
día, en plena explanada de Bellas Artes y en pleno Centro Histórico,
sólo podemos decir, extrapolando una cita de Julio Cortázar:
Cuidado, ladrones de velocípedos, no ocurra que “las bicicletas
amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus
manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra” ustedes.
A continuación,
el texto completo del escritor argentino dedicado, podría decirse, al ciclismo metafísico:
Vietato introdurre biciclette¹
Julio
Cortázar
![]() |
Ciclismo metafísico. Julio Cortázar posa en bicicleta en La Habana, Cuba, en 1980. Fotografía de Carol Dunlop |
En los bancos y
casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que
alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o
soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó
mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas.
Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo
excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle
mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los
empleados de la casa.
Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modesta, constituye
una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen
altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se
sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar
su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países
de esta tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos
agregan: “y perros”, lo cual duplica en las bicicletas y en los
canes su complejo de
inferioridad.
Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio
entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle
San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre
telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que
arroje a los susodichos animales a la calle. Esto último puede
suceder, pero no es humillante, primero porque sólo constituye una
posibilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una
causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente
impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley
inexorables que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas,
seres inocentes.
De todas maneras, ¡cuidado, gerentes! También las
rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra
de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados
por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un
día cubiertas de espinas, que las astas de sus manubrios crezcan y
embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los
cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se
cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas,
con duelos despedidos con tarjeta.
¹Tomado de Cortázar,
J. (2000). Historias de cronopios y de famas, Madrid,
Alfaguara, p. 32.
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